Vinicius de Moraes (Brasil, 1913-1980) poeta, diplomático y compositor brasileño, autor de innumerables sambas y bossanovas, como la célebre Garota de Ipanema.
El texto abajo reproducido ha sido tomado de Para una niña con una flor, conjunto de crónicas publicadas entre 1941 y 1966 en distintos periódicos y revistas brasileños.
MUERTE NATURAL
Estamos acostumbrados a relacionar la idea de la muerte natural solo con el hombre, como si las plantas y los animales no murieran de forma natural. E incluso con las plantas y los animales, solo nos acordamos de esta cuestión cuando su muerte está relacionada con algún hecho peculiar, como la muerte de los elefantes que, se dice, al sentirse morir caminan leguas en busca del cementerio de sus congéneres, donde acuestan su enorme cuerpo entre esqueletos familiares y desaparecen en buenas condiciones.
Solo en raras ocasiones nos acordamos de que los animales pequeños también mueren de muerte natural. Cuando por casualidad encontramos sobre una mesa, o en el suelo, una mosca yerta, nunca se nos ocurre pensar que ha muerto dentro de lo habitual: porque para todo el mundo la mosca es un insecto que no muere... está muerto. Y así pasa con la gran mayoría de animalitos. ¿Quién se va a acordar de que una mariquita puede morir, o un mosquito, o una cucarachita de playa, o una pulga, o un gusano? Son animales sometidos de tal modo a la desgracia de la muerte violenta, están sujetos de tal modo a ser comidos por otro animal, pisados, golpeados, aplastados, chafados, que acaban, en el consenso humano, sin derecho a una muerte propia. De ahí la sorpresa que se tiene al ver el raro espectáculo de una mosca moribunda agitando las patitas con convulsiones de agonía.
¿Adónde irán las centenas de millares de cadáveres de dípteros, coleópteros, lepidópteros... toda una legión de invertebrados que deben de vivir muriéndose por ahí? Resulta curioso que casi no se vean animalitos muertos, cuando mueren a montones; sí, porque hay muchos que viven solo unas horas... ¿Adónde van las mariposas muertas que no las veo por ninguna parte, ni siquiera en el bosque? Además, ¿dónde están las mariposas que han desaparecido de los jardines y parques, que ya no agitan sus alitas de colores alrededor de los árboles o entre las hierbas altas de los terrenos baldíos en la ciudad? ¿Será que no están de acuerdo con el mal gusto de los objetos hechos con sus alas y en señal de protesta contra la idiotez del turista consumista se han suicidado en masa lanzándose al mar? De hecho, ya no hay mariposas. La última que vi era una gran mariposa amarilla en un libro de crónicas de Rubem Braga...
Un día, paseando por los campos de un castillo inglés cerca de Oxford -era una tarde dorada de hojas otoñales-, oí en el aire un extraño grito, un sonido agudo y horrible, entre el espasmo y el canto. Miré hacia arriba y vi un pajarito realizar, en el postrer estertor de vida, su última parábola ascendente. Se elevó hasta donde pudo y después cayó a plomo, casi a mis pies. Lo cogí. Sus plumas durante algún tiempo se mantuvieron suaves y calientes entre mis manos.
Octubre de 1953
Vinicius de Moraes. Para una niña con una flor. Buenos Aires: Debolsillo, 2004. 192 pp. Traducción de José Ángel Cilleruelo.
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