Nunca me he preguntado por qué leo. Leer siempre me ha parecido algo muy natural. Podría decir también que leo porque me aburro. Ciertamente no recuerdo cuándo empecé a leer. ¿Habré aprendido con el método Coquito? Probablemente, aunque todavía no me explico para qué en el jardín me pidieron llevar una especie de cartas Coquito para aprender a leer. Nunca las usamos, pero lo que sí sé es que cuando pasé a primero de primaria y recién nos enseñaban a leer, yo ya sabía hacerlo.
Leo, pues, por placer. Devoro casi todo lo que llega a mis manos, desde revistas, pasando por novelas, cuentos y poesía, hasta aburridos manuales de Derecho.
Pasé mi infancia en Jaén y al ser hija única durante once años la lectura se convirtió en una buena compañera ya que como nunca tenía con quién jugar, podía pasar las tardes encerrada en mi habitación leyendo Selecciones. Y gracias a ese hábito fue que empecé a formar mi biblioteca. Ya los parientes se habían pasado la voz, así que durante muchos años recibí solamente libros como regalos de cumpleaños.
Cuando tenía nueve años me propuse leer mi primera novela. El libro escogido fue Alicia en el país de las maravillas de Carroll. Recuerdo también que por esa época mi padre me regaló una edición de las Mil y una noches, que leí con mucho gusto y que aún conservo. Aunque algunos cuentos me resultaron un poco aburridos hay unos espectaculares como la historia de un zapatero que tenía una mujer muy especial que nunca estaba contenta con nada. Lo que no sabía mi padre era que la edición en cuestión no era precisamente una edición adaptada para niños, así que tuve que soplarme algunos pasajes muy eróticos y un poco complicados para la mente de una niña de nueve años.
Empecé a escribir también por aburrimiento. Y fue a los doce años y por encargo de alguien que le dijo a mi padre que quizás yo, por despierta y hablantina, podría escribir unos relatos sobre los mitos y espantos de Jaén. Algo escribí, inspirada en una antología infantil de cuentos de espantos y aparecidos. Me sentí muy bien. Pero nunca entregué los textos.
Y volviendo al título ¿Cuál es el río que cruza la Indochina? Fue lo que preguntó una vez el profesor de geografía en una clase de preparación para la Academia Diplomática. Pues el Mekong, eso lo aprendí leyendo leyendo El Amante de Marguerite Duras y no revisando el Atlas mundial. Igual gané mi veinte.
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