Recuerdo que a mi cuñada la llamábamos en secreto, la culo triste.
Será porque me estoy quedando sin plata cada vez más rápido o será porque hace rato que ya me quedé sin un puto centavo en el bolsillo, que debo subir otra vez a esos micros asquerosos que pasan por las calles de Lima para ir a trabajar. Será también porque es verano y me duele la cabeza casi todos los días y ya no tolero los humores de las gentes, que me fijo hasta en las uñas de las señoras que se sientan frente a mí. Es verdad, son todas rojas hasta las huevas; con un esmalte que debe tener por lo menos dos semanas y está más descarado que la fachada del Palais Concert. Sí, subir a los micros en verano es una experiencia espantosa, que despoja de cualquier rastro de decencia como cederle el asiento al pobre viejo que acaba de subir. No señor, es su problema para qué mierda sube al micro si se ve desde afuera que está lleno. Además hay un montón de manganzones ahí, bien sentadazos en el asiento reservado.
Miro hacia otro lado. Volteo. No. El pobre viejo ha sido aplastado por un culazo talla 40, por lo menos, que arrima, se mete, arremete, da vuelta y zaz chapa un asiento que acaba de desocuparse. Estamos ya por La Victoria. Y me llama la atención por qué antes no había visto semejantes culotes y ahora sí. En Surco, por ejemplo, los culos de las mujeres tenían un tamaño normal, pero de pronto por acá todos los que suben son tan grandes que amenazan con asfixiar a todos los pasajeros. Ni hablar de las piernas que los sostienen. Uno no se explica por qué piernas tan flacas pueden sostener tremendos armatostes humanos.
Hay gente que nace sin culo, reza el grafitti . Eso solamente se les perdona a los hombres. A las mujeres no. Imposible.
(terminará ...)
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