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TRISTE HISTORIA DE LASTENIA


Hace mucho que no termino un cuento. Aquí va uno de esos relatos inconclusos.

Historia de Lastenia, el zapatero y la palmera

Hasta que un día lo dicho por don Lázaro, el zapatero, se cumplió.
- Ay doña Lola, Lastenia se muere y el árbol todavía sigue en pie. Usted está loca si piensa que yo solito con mi machete y encima, por diez soles voy a poder tumbarlo. Ni hablar. Déjelo allí nomás señora, que no le hace mal a nadie.

Mi abuela lo escuchó y lo dejó ir. Pero antes le dio una propina y unas galletas de coco recién horneadas. Lázaro tenía razón, el árbol estaba ya demasiado crecido como para bajarlo con un machete. Además daba cocos que de vez en cuando tumbaban con un gancho. Palmera enana, se dijo. Y no siguió diciendo nada más. Y tampoco fue a avisarle a Lastenia que era imposible cortar el árbol. Que se joda, pensó.
Entonces Lastenia apareció en la casa de mi abuela al día siguiente para preguntar por qué seguía el árbol todavía asomando las ramas por su ventana. Porque-se-me-da-la-gana ciertamente habría respondido mi abuela. Pero nadie abrió el portón y Lastenia tuvo que regresar a su cuarto y a su miserable vida junto al árbol cuando una vecina le avisó que la señora Lola se había ido a Lima para visitar a sus nietos. Solo están los perros, agregó.

Lastenia no tenía nietos, al menos no conocidos, y desde hacía pocos años se había mudado a un cuarto del callejón que los Izquierdo habían construido entre la propiedad de mi abuela y el cine Acuario. Yo recuerdo vagamente una reja negra desvencijada que constituía la entrada a ese mundo largo y gris que se extendía hasta la otra calle. Recuerdo también el robo de mis Barbies cuando tenía ocho años. Siempre culpé a alguna de las familias que vivía en el callejón, pues desde allí era muy fácil trepar la barda e ingresar a la propiedad de mi abuela, casualmente a la habitación colindante y alejada del resto de la casa, donde yo jugaba y guardaba mis juguetes. El robo había sido selectivo: la Barbie rockera, la Barbie hawaiana y la Barbie marciana habían desaparecido. Todas nuevas. Todas, regalos por navidad. A Ken no lo tocaron. Digo, lo habrán dejado porque entonces todavía no los fabricaban con pelo ni calzoncillos incorporados. Otras veces he escuchado a mi abuelo, decir que ni el diablo fuerte podía contener a los vecinos, que ya estaba harto, que no hay derecho, que solo unos hijoputas podrían hacer un desagüe que diera al jardín de una casa ajena. O sea a su jardín. Fui a ver. Nada se me escapaba y lo que vi era un tubo que salía del callejón, atravesaba la pared y terminaba en el jardín de los abuelos. Al pie del muro, un líquido nauseabundo remataba la escena.

Mi mamá decía que Lastenia vivía sola porque el único hijo que venía a visitarla estaba enfermito. Aunque después me enteré de que era un alcohólico solamente. Que lo aceptaba, sin embargo no le permitía vivir con ella. Los demás hijos se habían ido a Cutervo para hacer dinero y lo habían logrado. Salvo que nunca se acordaron de Lastenia. Así fue que me enteré del accidente, tal y como me lo contó mi madre.

Lastenia odiaba los árboles porque tenían ramas que alcanzaban los techos, rompían cristales e ingresaban a su habitación. Pero lo peor venía de noche, cuando asemejándose a una criatura del monte, el árbol daba de alaridos que le impedían conciliar el sueño. De niña, su madre siempre le repetía que hay que temer de los hombres débiles y de los árboles muy juntos a la casa porque atraen a la Cuda. Y la Cuda tuvo la culpa también de que su hijo Hernán se hubiera vuelto para el vicio, cuando Lastenia lo descubrió muy cerca del árbol, hace ya varios meses, con una botella de llonque en la mano y botando espuma por la boca.

-Maa, la vi a la Cuda-balbuceó antes de desmayarse.
-Shht. Cállate Hernán- le respondió Lastenia. -Yo te dije que no te acercaras nunca a este árbol.

Y es que no iba a quedarse sin hacer nada esta vez, esta vez no, se dijo a sí misma. Hubiera luchado contra la Cuda en ese momento. Le hubiera llamado, le hubiera enfrentado, le hubiera cortado su pie de gallina allí mismo para dejarla morir desangrada. Pero sabe Dios si esa criatura tiene vida o si tiene sangre. ¿Cómo saberlo?

Lastenia estaba chica todavía, pero sabía muy bien que las historias que contaban las otras niñas de su escuela eran muy ciertas. La Cuda, la Llorona, el duende ... Era fácil toparse con una de estas criaturas porque el pueblo estaba creciendo y sus linderos cada vez se internaban más en el monte. Esa noche, después de jugar a los yaxes mientras escuchaba la última radionovela, subió a su cuarto y apagó la vela. Omitió, sin embargo, hacer una cosa: guardar los yaxes. Ya acostada lo recordó, pero el sueño pudo más y se quedó dormida pronto. Lo que sucedió luego fue algo que nunca olvidaría: Esos pasos, el sonido de la pelotita al rebotar contra el piso de madera y los yaxes de metal cayendo. ¿Sólo ella podía escucharlo? ¿Por qué nadie se levantaba? De pronto, una voz que cantaba los capotes parecía estar cada vez más cerca de su cuarto. Recordó que cuando la voz se escucha más cerca es porque en realidad está más lejos. Se levantó de la cama y desde la baranda de la escalera del segundo piso se asomó para mirar. La vela de la mesa estaba encendida y ella, la Cuda estaba allí, en la sala. Supo que era ella cuando vio su pie de gallina asomándose por debajo de sus vestido. Estaba allí en la sala y jugaba con los yaxes. Lastenia sentía que casi podía repetir la misma canción: un capote para cinco, un capote para cuatro, lleva ...
A la mañana siguiente se levantó temprano y buscó los yaxes donde los había dejado. No encontró nada. Buscó por toda la sala y solamente encontró la pelota, pero estaba estropeada. Entonces, salió de la casa y se dirigió al corral. Vio las gallinas y empezó a gritar. La escuchó su madre y fue a buscarla. Lastenia estaba empapada en sudor y ardía en fiebre. Cuando vio a su madre dejó de gritar y le dijo en voz bajita:

¾ Anoche nos visitó la Cuda, ma. Y se llevó mis yaxes.
¾ Cállate muchacha. Estás ardiendo. Seguro que ya cogiste el paludismo.
¾ No mamá, te digo que anoche vino la Cuda. Estaba en la sala. Yo la vi con estos ojos.
Mamá, yo la oí cantar ¿Por qué ustedes no se levantaron?
¾ No escuché nada, niña. Igual hoy no vas a ir al colegio porque estás hirviendo en fiebre.
Ya pasa a la casa, que te vas a poner peor.
¾ Pero te estoy diciendo la verdad, la Cuda vino, no encuentro mis yaxes, mordió la
pelota.
¾ Que te calles y pasa a la casa. Apura, niña, das, das. Hay harta rata en esta época, seguro que
alguna se ha comido la pelota.

Lastenia obedeció y entró en la casa de mala gana. Su madre le pidió que se acostara y al poco rato la visitó en su habitación con una taza de té con leche y una pastilla Mejoral. Te vas a quedar en la cama, le ordenó. Yo voy a ir a la chacra, vengo dasito. Si te sientes mal, dale la voz a tu tía Lucha. No quiero que vayas por el corral. Mira, que ha empezado a llover otra vez y todo está de barro.

Cuando Lastenia estuvo sola, saltó de la cama y corrió hacia el corral para seguir buscando los yaxes. Felizmente la lluvia había parado. Buscó donde los patos, buscó donde los chivos, buscó donde los pavos, buscó donde las gallinas y cuando estuvo a punto de darse por vencida se le ocurrió ver donde los cuyes. Y allí estaban los yaxes, aunque también, estropeados. Salió del corral, cruzó la casa y fue hasta la acequia. Allí los tiró. Y decidió no decirle nada a nadie.
La calentura se disfrazó del paludismo, lo que fuera que estropeó los yaxes se convirtió en rata y luego de varios días en cama, al fin pudo volver a la escuela.

Pero ahora era diferente. La Cuda había tocado a su hijo y ella no podía reclamarle nada. Se había esfumado y Hernán seguía inconsciente. Llamó a los vecinos, gritó pidiendo ayuda. Primero, se acercó el mudo mariconcito que hacía de guardián del callejón, luego llegó el albañil del número diez. Ayudaron a cargar a Hernán y lo llevaron a la posta. El médico dijo que había sufrido un ataque de epilepsia debido al llonque. Sí, claro, doctor. Es el llonque, repetía Lastenia.

Desde esa noche ideó un plan para atrapar a la Cuda y encararla. La esperaría en el tendal, muy cerca del árbol y la llamaría.


(terminará ...)

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