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Harta del Perú



No he vivido en otro país. Tampoco pienso que todo lo de afuera sea mejor, pero estoy cansada.

En la pollería: Quiero papas. Solamente papas fritas.
No, señora, la papa no sale sola.

En la anticuchería: Una porción de papas, por favor.
No, señora, no tengo suficientes papas. La papa no sale sola.

Joder, encima es el Año internacional de la papa, pienso y regreso a casa con las manos vacías. Se me ha ido el apetito.

El poder judicial no me notifica: Sucede, pues, que no saben a qué distrito judicial pertenece mi dirección.

En Lagunas, entrada a Pacaya Samiria, sí, en el puerto tienen un letrero donde dice: Turismo solidario, qué chucha será eso, pero yo no estaba haciendo turismo solidario, sino que estaba varada en ese pueblo infecto con dos gringos locos (mi novio y su madre, quien no se explicaba por qué no había corriente eléctrica todo el día y cien mil cosas más, después de un accidente en medio de la interoceánica donde nuestro chofer atropelló a uno que iba totalmente ebrio, vestido de negro, en plena carretera en medio de la noche). Amiga (así hablo cuando estoy en la selva) tienes cerveza?
- Sí, en lata y en botella.
- Dame una botella.
- No queda, solamente hay en lata.

Mis vecinos, el Centro Cultural de España, deciden hacer un concierto y no dejan dormir a nadie. Llamo para quejarme. Obviamente Ramón no está, pero el encargado me dice que le escriba una carta. Joder! El concierto continúa, mi hijo no puede dormir, nadie en la casa puede dormir. Yo también trabajo en un Centro Cultural. Tenemos una sala acústica. No jodemos a nuestros vecinos. Felizmente Ramón no ha vuelto a organizar más conciertos bulliciosos. Pero la semana pasada, otros vecinos, un instituto de medio pelo al costado de mi casa decide hacer una fiesta. Otra vez nadie puede estar tranquilo con ese ruido de mierda. Fui a preguntar hasta qué hora duraría su actividad. Me tuvieron parada diez minutos en la puerta hasta que salió un infeliz a decirme que tenían permiso y que la cosa durará hasta las diez y esto es. No sé a qué hora terminó la cosa. Pero simplemente no hay derecho. No hay derecho para dar permiso para molestar. Y yo me quejo, siempre que hay que hacerlo lo hago, y así, quejándome por un mal servicio o por la ineptitud de la gente he llegado al extremo de morder a un taxista que me hizo un mal servicio, y encima quería que le pagara. Llamó a un policía y le expliqué que no iba a darle ni diez céntimos porque el taxista me hizo un pésimo servicio. Si no está capacitado para hacer su trabajo bien, entonces que no lo haga. El taxista intentó llevarse mi cartera y lo mordí, allí delante del policía. No es que sienta orgullo, pero por lo menos me queda la cándida ilusión que me lleva a creer que este taxista lo pensará dos veces antes de volver a hacer un mal servicio. Qué va, fácil este sujeto ni piensa, fácil todavía no se explica por qué demonios lo mordí.

Ilustración: Los arrastran hacia el fuego por de Bry.

Comments

Anonymous said…
de acuerdo contigo, mi estimada, pero tu actitud va dejarte sin higado...
saludos

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