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Brasil, Brasil ...




Cuentos clásicos brasileños I es una notable selección de relatos a cargo de Jack James Flores Vega. Se trata de narraciones donde el humor, el misterio y el amor desbordan las páginas permitiéndonos entrar en mundos fantásticos o estrellarnos contra el realismo más descarnado. Como muestra de ello dejo este excelente cuento de Rubem Braga.



Yo y Bebú

(En una hora neutra de la madrugada).
Muchos hombres, y hasta señoras distinguidas, ya recibieron la visita del diablo y conversaron con él de un modo galante y paradójico. Centenas de escritores sin tema inventaron una discusión literaria con el diablo. En cuanto a mí, el caso es diferente. Él no entró súbitamente en mi cuarto ni apareció por el hueco de la cerradura ni bajo la luz amarilla de la pantalla. Pasó un día entero conmigo. Descendimos juntos el ascensor, andamos por las calles; trabajamos y comimos juntos.
Al principio, confieso que estaba un poco inquieto. Cuando fui a comprar cigarros recelé que él dirigiese algún galanteo tosco a la moza de la tabaquera. Es una señorita de ojos de garapa* y cabellos castaños muy simples a la que yo conozco y me conoce, aunque no nos saludamos. Pero el diablo se portó honestamente. Todo el día --era un sábado- corrió sin novedad. Él estaba a mi lado en una mesa de trabajo, en un restaurante, en un limpiabotas, en la barbería. Yo le pagué el cafecito, él me pagó el pasaje.
En la tarde, yo ya no lo llamaba Belcebú, sino apenas Bebú, y él me llamaba Rubem. Nuestra intimidad caminaba rápidamente, incluso sin reparar en la gente. Cuando un ciego nos pidió limosna, di doscientos reís. Es mi costumbre, siempre doy doscientos reis. Él dio una suma de dos mil reis, no sé si por vanidad o porque no tenía sencillo. Conversamos poco, no había tema.
En la noche, después de comer, fuimos al cinema. Otra vez me volvió la inquietud que sentí por la mañana. Por coincidencia, él quedó sentado junto a dos mocitas que yo conocía vagamente por ser amigas de unas primas que yo tengo en el suburbio. Temí que él fuese impertinente; yo quedaría con~treñido. Lo vigilé durante la mitad de la función, pero él estaba relajado en su silla; me tranquilicé. Fue entonces que reparé que a mi lado izquierdo estaba sentada una muchacha que me pareció bonita. La observé en la penumbra. Su piel era morena y los cabellos casi crespos. Sentía la tupidez de su cuerpo. Ella seguía la función con mucha atención. Lentamente toqué su brazo con el mío era fácil y natural; esto siempre sucede por si acaso con las personas que están sentadas juntas en el cinema. Pero aquella caricia banal me hinchó las venas de deseo. Suavemente deslicé mi mano para la izquierda. La moza continuaba mirando el filme. La hallé linda y tuve la impresión de que ella sentía que yo estaba emocionado y que esto le daba placer.
Pero en ese momento, escuché una pequeña risa y me volví. Bebú me estaba mirando. A decir verdad no estaba riendo, estaba serio. Pero en sus ojos había alguna malicia. Me avergoncé como un niño. La función acabó y no hablamos del incidente. Me fui para el periódico para hacer la tarea de la noche.
Sólo conversamos cómodamente por la madrugada. La madrugada tiene una hora neutra que hace mucho observo. No sé ubicarla bien en el reloj. Es cuando paso toda la tarde trabajando, y aún después trabajo hasta la medianoche en la redacción. Estoy fatigado, pero no me agrada dormir. Es ahí que viene la hora neutra. Yo y Bebú permanecemos delante de una jarra de cerveza en un bar cualquiera. Bebemos lentamente, sin placer y sin aborrecimiento. En mi cabeza había una vaga sensación de efervescencia, alguna cosa indiferente, como un pequeño peso. Esto siempre me sucede; es en la madrugada después de un día de grandes trabajos ,agotadores. Conversamos no me acuerdo sobre qué. Pedimos otra cerveza. Hubo un momento en que miré su cara banal, su aire de burócrata maltratado, y le dije:
-Bebú, tú no pareces el diablo. Apenas eres, como se acostumbra decir, un pobre diablo.
Él me miró con sus ojos oscuros y respondió:
-Un pobre diablo es un pobre Dios que fracasó.
Dijo esto sin solemnidad ninguna, como si no tuviese
hecha la frase. De repente, me preguntó si yo creía en el Bien y en el Mal. No respondí; yo no creía.
Pero nuestra conversación estaba quedando ridícula. Me desagradaba hablar sobre esos asuntos vagos y solemnes. Le dije esto, pero él no me prestó la menor atención. Gruñó apenas:
-Existen.
Después se aflojó el lazo de la corbata y habló:
-Hay el Bien y el Mal, pero no es como tú piensas. Al final, ¿quién eres tú? ¿En qué piensas? Con certeza, en aquella moza que vende cigarros, de ojos de garapa y de cabellos castaños...
Estas palabras de Bebú me desagradaban. Él dijo exactamente como por casualidad: aquella moza de ojos de garapa... Era así como yo me expresé mentalmente, era ésta la imagen que me venía a la cabeza siempre que pensaba en los ojos de aquella señorita.
Sé que no es una comparación nueva; hay muchos ojos que tienen aquel mismo color medio verde, medio oscuro, de caldo de rana; ojos dulces, muy dulces; y muchas personas ya notaron eso; y hasta me parece que ya vi esa imagen en un poema, no me acuerdo de quién. Pero la coincidencia era alarmante; no podía ser coincidencia. Bebú leía en mi pensamiento, y, lo que era peor, leía sin ningún interés, como se lee un periódico de antes de ayer. Eso me irritó:
-Ahora, Bebú, no se trata de mí. Tú estabas hablando
del Bien y del Mal. Una conversación bestia...
Él no se intimidó:
-Está bien, Rubem: el Bien y el Mal existen, date por enterado. Tú viviste mucho tiempo en Sao José do Río Branco, ¿no es así? .
-Estuve allá casi dos años. Trabajaba con mi tío. Un lugarcito parado...
-Bien. Allá había un prefecto, un viejo prefecto: el coronel Barbirato. Pero el nombre no tiene importancia. Imagina esto: una ciudad pequeña donde siempre hay un prefecto. Ese prefecto nunca será depuesto, nunca dejará de ser reelecto. Siempre será el prefecto. Y hay también un hombre que le hace la oposición. Ese hombre una vez quiso sacar al prefecto, pero fue derrotado y lo será siempre. La gente de la ciudad teme, aborrece, estima, odia al prefecto; no importa. Pues es esto.
Bebú puso un poco de cerveza en la copa y continuó hablando:
-Es esto: el Bien y el Mal. El prefecto halla que los bancos del jardín deben ser colocados delante de la iglesia: esto es el Bien. El hombre de la oposición halla que ellas deben quedar a la vuelta de la tribuna: esto es el Mal.
Mientras tanto...
-Bebú, deja de ser vulgar.
-No molestes. Tú sabes bien mi historia. Hice una revolución contra Dios. Perdí, fui vencido, fui exiliado; nunca tuve ni imploré amnistía. Dios me venció para todos los siglos, para la eternidad. Es el prefecto eterno; nadie puede hacer nada. Ahora, si tienes coraje, imagina esto: yo salgo del Infierno una bella tarde, junto a mi personal, hago una campaña de radiodifusión, consigo armamento, voy hasta el Paraíso y derroto a aquel sinvergüenza. Expulsó de allá a la canalla toda, aquellas once mil vírgenes, aquella santidad inmunda. ¿Qué sucede?
Yo no respondí. Me irritaba aquel modo de hablar. Bebú continuó con más vehemencia:
-Sucedería esto, Rubem, so animal: ¡no sucede nada! ¿ Tú nunca reparaste cuando vence una revolución? Los hombres se rinden delante del hecho consumado. El Bien sería el Mal y el Mal sería el Bien. Quien pasó la vida adulando a Dios irá para el infierno a dejar de ser imbécil. Yo haré la trastrocada: en vez de los angelitos, los diablitos; en vez de los santos, los demonios. Todo será la misma cosa, pero exactamente lo contrario. No será preciso ni modificar las religiones. Sólo mudar unas palabras en los libros santos: donde estuviera "no", escribir "sí"; donde estuviera "pecado", escribir "virtud". Y el mundo continuaría andando. Ustedes no seguirían mi ley, como no siguen la de él; no importa, siempre será la ley.
Yo me sentía aturdido. Percibí que allá afuera, en las calles, las lámparas se apagaban y murmuré: "las seis ". Bebú hablaba con un. aire de desconsuelo:
-Pero no pienses en esto. Aquel sinvergüenza está firme. Es imposible deponerlo. ¡Imposible, imposible!...
Miré su cara. Dentro de sus ojos, en el fondo de ellos, muy hondo, había un brillo. Era una pequeña y miserable esperanza; muy distante, pero todavía irreductible. Sentí pena por Bebú. Es extraño yo no puedo mirar a una persona así en el fondo de los
ojos, sin sentir pena. Lo fui consolando:
-En fin, mi caro, no adelantarías cosa alguna. Tú, como estás, vas bien. Tienes tu prestigio...
Él vociferó:
-¿ Yo estoy bien? ¡Canalla! ¿Piensas que cuando me rebelé fue en vano? ¿Conoces mi programa de gobierno, sabes tú cuáles fueron las ideas que me llevaron a la lucha? ¿Puedes explicar por qué, a través de todos los siglos, desde que el mundo es mundo hasta hoy, hasta siempre, fui yo, Lucifer, el único que dio el pecho para rebelarse? Tú sabes que, modestia aparte, yo era el mejor de todos. Yo era el más brillante, el más feliz, el más puro, era hecho de luz. ¿Por qué es que me levanté contra él arriesgando todo? El gobierno actual dice que yo fui movido por la ambición y por la vanidad. ¡Pero todos los gobiernos dicen eso de todos los revolucionarios fracasados! Mira, Rubem, tú eres tan burro que yo te lo vaya decir. Esta cosa no queda así, no. Yo podría contarte mi programa; no te cuento porque no soy ninguno de esos políticos idiotas que viven salvando a la patria con plataformas.
Pero reflexiona un poco, animal. Dios me denotó, me aplastó, y nunca ningún vencedor fue. más infame para con un vencido. Pero, por el amor 'que tú tienes a ese canalla, dime: ¿qué es lo que él ha hecho hasta ahora?, ¿la vida que él organizó y que él dirige no es una miseria, una puerca miseria? Tú sabes perfectamente de esto. ¿Los hombres no sufren, no se estrellan, no se matan, no viven haciendo burradas? Es imposible esconder el fracaso. ¡Dios fracasó, fracasó mi-se-ra-ble-men-te! y ahora, vamos, dime: por peor que yo fuese, ¿hallas posible, camarada, que yo organizase un mundo tan ridículo, tan sucio?
No respondí nada a Bebú. Vaciamos en silencio la última copa de cerveza. Iba a pedir otra, pero reflexioné amargamente que no tenía más dinero en el bolsillo. Él a su vez, constató lo mismo. Salimos. Allá afuera ya era de día.
-¡Puxa vida! ¡Qué sol tan claro, Bebú! Deben de ser las siete.
Caminamos hasta la esquina de la avenida.
Él me preguntó:
-¿Adónde vas a ir?
-Vaya dormir. ¿ Y tú?
Bebú me miró con sus ojos oscuros y respondió con una sonrisa de ángel:
-Voy a misa...


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* garapa: caña, su jugo es color de la miel.

Rubem Braga (1913-1990). Nació en Cachoeiro do Lamenin. Es considerado el mejor cronista brasilero. Corresponsal de guerra. Sus crónicas son poéticas, intensas y líricas. Obra: 200 cronicas; novela: Casa do Braga.



Jack James Flores Vega. Cuentos clásicos brasileños I. Editorial San Marcos, Lima, 2006. 82 pp. E-mail: jackflores@hotmail.com

Comments

Anonymous said…
oh, paja!!!

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